Si el índice de participación electoral de este domingo 18 de octubre en los comicios locales de Hidalgo y Coahuila es indicativo de lo que puede suceder el próximo año, se estará ratificando que nuestra democracia representativa goza de buena salud a pesar de la pandemia del Covid-19. Los datos arrojan una asistencia a las urnas de entre el 40 y el 47% de los electores convocados. No es para echar las campanas al vuelo debido a que será una minoría la que decida por el conjunto de la sociedad, pero dadas las circunstancias, el hecho supera por mucho a los peores pronósticos.
En 2018, para ambos estados, la asistencia a votar alcanzó niveles históricos que rondan el 65%. El alejamiento en esta ocasión del 20% de los ciudadanos, por lo menos en una parte importante, estaría enviando un mensaje político que debe entenderse con atención.
Por su parte, la asistencia y la distribución de los votos está presentando su propio sesgo de interpretación. Que se haya presentado cerca del 50% de los electores nos remiten solo parcialmente a las conocidas contiendas dirimidas por el voto inducido, esto es, por las mal afamadas “movilizaciones de electores” mediante las llamadas “estructuras”, eufemismos para referir al acarreo de electores y la compra de votos. Lo hubo, hay evidencias que son públicas, pero no parece ser el único factor por el que se explican los resultados.
Los números iniciales que se anuncian de esta jornada son muy contrastantes con lo sucedido en 2018. Aunque no es el mismo nivel de elección, los números globales sirven de referencia. En esa ocasión Morena barrió con todo lo elegible en ambos estados. Siete distritos electorales federales disputados en cada uno de ellos, los mismos que se adjudicó con amplios márgenes de ventaja. En Coahuila obtuvo Morena alrededor de 500 mil votos contra 300 mil del PRI, mientras que en Hidalgo la diferencia fue de 700 mil contra 200 mil, respectivamente y en números redondos.
Ahora se perfila que quien habría arrasado en ambos estados es el PRI. En Coahuila habría dado el zapatazo al adjudicarse los 16 distritos locales mientras que en Hidalgo tendría en su haber los más importantes de los 84 ayuntamientos en disputa.
Hasta antes del 2018 ambos estados tenían una larga tradición de influencia priísta la cual parecería estar resurgiendo de su letargo. De ser ésta la explicación de los resultados de ahora, se entendería la elección de hace un par de años como la golondrina que no hizo verano y entonces Morena y aliados tendrían que poner las barbas a remojar.
Desde luego que tampoco se habrá de generalizar este par de acontecimientos parciales y relativamente aislados como el preámbulo inevitable para lo que habrá de suceder en todo el país el próximo año. Hay lugares que hace mucho dejaron de ser territorios priístas. Pero sí obligarían a modular el análisis, las previsiones y las pretensiones de la hasta ahora aparente mayoría guinda incontestable.
En estas circunstancias aparece el registro de más partidos adheridos al proyecto presidencial. Ahora serán 6 opciones circundantes a la 4T: Morena, PT y Verde (que podrán coaligarse entre sí) más la obligatoria participación individual de los nuevos Encuentro Solidario, Fuerza Social por México y Redes Sociales Progresistas. Todos dirán que habrán de sumar al lopezobradorismo los diputados federales que obtengan el próximo año. Competirán entre sí. Una dificultad extra. ¿Cómo podrán diferenciarlos los electores que desee apoyar al presidente en la siguiente legislatura federal?