Mundo.- La pérdida de biodiversidad en el mundo crece a un ritmo alarmante. El informe de la ONG medioambiental WWF Índice Planeta Vivo (IPV) 2020 concluye que las poblaciones de vertebrados (mamíferos, aves, reptiles, anfibios y peces) se han desplomado un 68% de 1970 a 2016 (último año con datos). Una cifra que ha crecido un 8% desde el anterior informe de hace dos años. Existen muchas diferencias entre regiones, pero ninguna está más afectada por la pérdida de biodiversidad que América Latina. Los resultados del informe marcan cómo la sobreexplotación del planeta tiene a la cabeza al llamado Sur global, las zonas con mayor riqueza natural, pero con más pobreza y desigualdad en el mundo. El porcentaje de pérdida de poblaciones de fauna salvaje en la región del 94% —que engloba tres de los países más biodiversos del mundo: Brasil, Colombia y México, según WWF— contrasta, por ejemplo, con el 33% en Estados Unidos y Canadá, y el 24% de Europa y Rusia.
La degradación en América Latina se debe a cambios en el uso de suelo para la producción de alimentos, bajo un modelo de consumo que se ha vuelto insostenible, apunta Jorge Rickards, director de WWF en México. “Es muy claro que es en los países en desarrollo, con economías emergentes, donde se ejerce más presión a la naturaleza, a pesar de que estos patrones de consumo obedecen a una visión de los países del norte”, señala Rickards. A este factor es atribuible el 51% de las afectaciones en la región.
La organización ecologista ha realizado un seguimiento de casi 21.000 especies de vertebrados, utilizando información de poblaciones silvestres, en colaboración con la Sociedad Zoológica de Londres. Este año han añadido 400 especies nuevas y 4.870 poblaciones. “Los datos que recogemos son globales, no es un censo de toda la vida silvestre, hay poblaciones que crecen, otras que permanecen estables y otras que disminuyen, pero la tendencia es claramente a la baja», aclara Segovia. “La conclusión es que si seguimos así estamos abocados al fracaso, aunque si se ponen los medios todavía se está a tiempo de parar esta sangría”, concreta. El informe recuerda también que es imprescindible parar esta destrucción para poner freno a enfermedades como la covid-19, que “están vinculadas de forma directa con la destrucción de la naturaleza”.
Los ecosistemas acuáticos de agua dulce sufren con mayor virulencia el deterioro que los mares o los bosques, debido a la pérdida de humedales y a la alteración que han sufrido millones de kilómetros de ríos por la actividad humana. Las 3.471 poblaciones evaluadas (que representan a 944 especies de vertebrados) han disminuido una media del 84% (entre el 89% y el 77%), que equivale al 4% anual desde 1970, puntualiza el informe. La mayor parte de estas pérdidas se producen entre los anfibios, reptiles y peces de agua dulce en todas las regiones del planeta. Y, una vez más, Latinoamérica y el Caribe se encuentran en la primera posición.
La megafauna acuática, compuesta por especies que pueden superar los 30 kilos, es especialmente vulnerable a la actividad humana. Entre ellos, los esturiones o el pez gato gigante del Mekong, los delfines de río, las nutrias, los castores y los hipopótamos, por la sobreexplotación o la construcción de presas, que bloquean sus migraciones. Las especies vegetales no se libran del desplome. Su riesgo de extinción “es comparable con el de los mamíferos y más alto que el de las aves”, sostiene el informe. “El número de plantas extinguidas documentadas es el doble que el de mamíferos, aves y anfibios juntos”, advierten los científicos.
A escala global, el principal factor desencadenante de esta impresionante destrucción de la naturaleza es el cambio de los usos del suelo, transformados en tierras de cultivo, junto a la sobreexplotación de recursos. A ello se suma en la actualidad el calentamiento global: “Una de cada cinco especies está en peligro de extinción debido exclusivamente al cambio climático”, advierte el informe. Aunque hay especies más protegidas como los peces de agua profunda, hay otras -las que habitan en el Ártico y en la tundra- que ya están soportando la presión del calor. Entre ellas, el informe destaca el impacto del cambio climático en los zorros voladores que no pueden soportar temperaturas superiores a los 42 grados centígrados. Cuando esto ocurre, “comienzan a agolparse entre ellos, en un desesperado, pero vano, intento de escapar del calor. A medida que van cayendo de los árboles, muchos se hieren, quedan atrapados y mueren”, describe WWF. Se estima que, entre 1994 y 2007, han muerto más de 30.000 zorros voladores de por lo menos dos especies diferentes, de una población total de menos de 100.000 debido a sucesivas olas de calor.
Rickards insiste en que es necesario encontrar modelos alternativos para cerrar las brechas sociales y económicas, así como buscar esquemas sostenibles de producción y consumo, de la mano de las comunidades locales. Mientras tanto, el mundo ya ha perdido en los últimos 20 años casi dos millones de kilómetros cuadrados de tierras silvestres, que antes no se habían destinado a usos productivos. “Un área equivalente a México”, según el informe.
Fuente:
El País